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Por María Eugenia Corvalán*

 

Un precioso embrión de ojos despiertos se agita con fuerza en un voluminoso abdomen. Ella está a punto de dar a luz… ¡oh! … es muy mayor, de pelo blanco. No se queja, apenas se mueve… no podemos ver sus contracciones. Ahora está goteando… ¡uy!, acaba de romper fuentes, soltó un débil chorrito de agua…

Un bebé está naciendo a más de 5.000 metros de altura en la cumbre del Volcán Mismi, cerca de Arequipa, Perú.  Es un río-recién nacido con una cualidad única: nace todos los días al amanecer. Recibe su agüita de esos glaciares cada vez más escasos de una Cordillera de los Andes, algo calva, como una abuela que ha sufrido las inclemencias del tiempo y el clima. 

Cuando la cordillera ve su rostro, susurra: “Es un bebé deslumbrante… mírenlo bien. Tiene trillones de ojitos inteligentes en cada gota de agua. Así, podrá ver el largo camino que va a recorrer, y no sólo eso, tendrá tantos, pero tantos ojos, que se convertirá en la criatura de aguas más extraordinaria de la Tierra, un gigante acuático de cerca de 7.000 kilómetros de largo, ¿puedes creerlo?”

Por favor, silencio… Escucha ese primer hilo de aguas recién nacidas que van cayendo por la ladera. Los antiguos lo llamaron Carhuasanta, uniendo el quecha y el español: qarwa por ser “dorado” como el sol, y santa, por ser un manojo de aguas puras, santas.  

El Nevado Mismi, donde nace el río Amazonas, conocido por los antiguos como Carhuasanta. © Daniel Stein / CC BY-SA 3.0 – Wikimedia Commons Foto bajo licencia Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0)

Desde su nacimiento, allá en lo alto, los lugareños: aimaras y quechuas, le fueron poniendo nombres al río-bebé, cambiándolos en la medida que crecía.  Al bajar por la montaña, el pequeño se cobijó en la quebrada Apacheta o “montículo de piedras”, una marca clave de rocas, que los incas habían hecho allí para seguirle sus pasos… 

Cuando se movió hacia el oriente, los habitantes lo llamaron río Apurímac o “el señor que habla”, porque según los incas, su voz cantarina resuena por los valles.  Comenzó a hablar y a cantar con el coro de peces que no lo dejan ni un instante. 

El Apurímac siguió corriendo y como es tan amigable, numerosos afluentes de las montañas comenzaron a regalarle nuevas y deliciosas aguas. Es una red de aguas poderosa donde todos dan. Dar es el lenguaje de las aguas, dar, una palabra más breve que madre. 

Ahora convertido en el famoso Ucayali, por el “color blanco de sus aguas”, camina hacia el norte hasta llegar a una gran llanura.  De lejos, ve a su primo, que también ha bajado desde otra montaña de los Andes.  Es el río Marañón que lo espera. Se funden en un abrazo profundo, dando origen al gran río Amazonas, en la ciudad de Nauta, cerca de Iquitos en Perú.     

Todavía es un río-adolescente, travieso. Su gran aventura comienza como un mochilero que se lanza a explorar nuevos países. Así, se internó en Bolivia, donde hará dos nuevos amigos, los ríos Beni y Mamoré, que muy juguetones, le lanzan chorros de agua hasta dejarlo empapado, chorreando, mientras sigue campante su camino… 

Y aquí, ocurre algo especial: estos dos ríos bolivianos se vuelven uno, en la frontera entre Bolivia y Brasil, dando origen al famoso río Madeira, que con mucha generosidad le regala nuevas aguas al río Amazonas, el cual muy orondo comienza a moverse por Brasil como pez en el agua. 

Su vitalidad aumenta, resopla con vigor. Mientras tanto, un personaje del Ecuador lo busca afanosamente. Es el río Napo, trayéndole miles de cántaros de agua de las vertientes ecuatorianas de la Cordillera de los Andes. 

Todos dan: es el dialecto secreto que hablan las aguas de los más de 1.000 ríos tributarios, que llevan su hermosa ofrenda al río Amazonas. 

No podía faltar el río Guainía, que nace en Colombia y sale a dar un paseo por Venezuela, donde se encuentra con el río Casiquiari. Se unen y envuelven sus aguas como si fuera un paquete de regalo, que contiene en su interior al famoso Río Negro. Desde el noroeste pasa a ser uno de los más largos del mundo, ubicado cerca de la ciudad de Manaos, en Brasil.

En ese punto geográfico, otro río avanza del oeste a pasos agigantados. Sus aguas oriundas del Perú llegan a territorio brasileño. En ese tramo, los indígenas y los antiguos portugueses le pusieron Solimões, pero es el mismo río Amazonas, que aterriza en este lugar con sus aguas claras y arcillosas. 

De pronto, como si se tratara de dos nadadores olímpicos en una competencia, cada río comienza a nadar siguiendo su propio carril, de cerca de ¡6 Km de ancho! Se desplazan en forma paralela como los deportistas… pero ¡sus aguas no se mezclan! Se miran con asombro sin tocarse.  

El Negro, señoras y señores, lleva agua más caliente a 28°C y liviana, pero va más lento a 2 Km por hora, mientras que el Solimões nada a 5 Km por hora, más rápido, portando aguas más densas y frías, a 22°C. 

Hasta que en un momento dado, cara a cara el Negro y el Solimões deciden unirse. Han creado una obra de arte natural, a todo color, con el bosque verde como telón de fondo. Una joya fluvial única, que se conoce como el Encuentro de las Aguas.  

Hay aplausos de admiración desde los barcos, donde los turistas toman fotos de esos segundos sublimes. A partir de ese instante, a esta nueva alianza, a este nuevo río, monumental, todo el mundo le confirmará su nombre definitivo: ¡río Amazonas! 

Encuentro de las aguas del río Negro y del río Solimões, que juntos forman el río Amazonas.
Foto : Sergio Amaral/OTCA

Se volvió adulto.  Ahora va corriendo, veloz, hacia su desembocadura en el océano Atlántico, al pie de la ciudad de Belén, en Brasil. Es un río agradecido. De su enorme torrente, desprende nuevas aguas con las cuales se forman pequeños ríos y arroyos, que van moldeando la gran cuenca del río Amazonas. 

Sus aguas imparables nutren el bosque húmedo más extenso del mundo. Una red de vida verde, verde … de 7 millones de kilómetros cuadrados. La principal lección del río es dar, darse y darnos, porque aprendió a recibir con gratitud, valorando cada ofrenda como un regalo irrepetible. 

Por eso, el bosque también aprendió a dar: 600 mil millones de árboles amazónicos comparten miles y miles de litros de vapor de agua al día a la atmósfera. 

Así, nacen las nubes que no solo nos cuidan con su lluvia benéfica, sino que además, transportan los ríos voladores amazónicos, que nacen de los cálidos vapores de agua liberados por las hojas del bosque, y del propio río entibiado por el sol abrasador de la mañana. 

Este bello grupo de hermanos se alberga dentro de masas de aire, transformándose en frondosos ríos en el cielo. Al ver esto, los vientos del Atlántico comienzan a impulsarlos, como quien empuja un cochecito de bebé donde todos van reunidos, llevándolos de paseo a tres destinos muy diferentes. Uno va directo hacia el sur del continente, llegando a la Patagonia. Así, esas corrientes de humedad invisibles para el ojo refrescan y fecundan las tierras. 

Entretanto, desde el cielo, la segunda bandada de ríos voladores continúa su trayecto por todos los países que comparten la cuenca, acompañando al gran río, que serpentea la tierra, para seguir juntos la misma ruta hacia el Atlántico. 

Al mismo tiempo, cuando el enjambre de ríos alados se dirige al Perú, su masa de humedad llega a las altas montañas de la Cordillera de los Andes. Una parte se estrella contra las cumbres y la otra asciende rápidamente. Allá arriba esa masa se condensa y se transforma en nuevas nubes o en nieve fresca sobre sus laderas. Así, las aguas amazónicas han hecho un tour, una vuelta completa, hasta llegar a su origen. 

Es la grandeza del ciclo del agua, en el cual cada gota comparte la misma misión: dar. 

De esa forma, los ríos del cielo, y el Amazonas que fluye sobre la tierra, la van regando sin parar hasta alcanzar sus profundidades, dando vida a un nuevo ser: al río subterráneo del Amazonas, un corazón que bombea oxígeno y nutrientes en las entrañas de Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, en una travesía que abarca más de 4 millones de kilómetros cuadrados, una de las reservas de agua dulce más desconocida del planeta.  

Esta ha sido la historia tan poderosamente real del río más generoso del mundo. 

 

* Texto de María Eugenia Corvalán, escritora y periodista, para la OTCA.

Desembocadura del río Amazonas en el océano Atlántico. Foto de la NASA, Wikimedia Commons

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